«Somos lo que hacemos para cambiar lo que somos»
Eduardo Galeano
En unos tiempos en los que se habla tanto de propósito a nivel organizacional, podemos observar que sólo con un buen enunciado de propósito no basta. Incluso si éste es compartido por todos los integrantes de la organización, podemos no terminar de intentar hacerlo realidad… Para evitar que se convierta en papel mojado o en un slogan más o menos atractivo que llame la atención de posibles clientes, es vital ser consciente de que todo lo que hacemos tiene un sentido.
Determinar dicho sentido, desde un punto de vista colectivo, se ha convertido en el leitmotiv de muchas organizaciones que quieren convertirse en “algo más” que una cuenta de resultados y un balance, ofreciendo a las personas que la componen un motivo ulterior que sólo se consigue entre todos y que genera un impacto que va más allá de la mera transacción de productos y servicios.
En este punto, es importante reflexionar sobre algunos elementos que caracterizan, desde mi punto de vista más personal, lo que es tener un propósito:
- Es significativo: Un propósito sólido tiene un significado profundo y una relevancia clara para las personas de organización y resto de grupos de interés.
- Está orientado a generar un alto impacto (positivo): Un buen propósito se centra en generar un impacto positivo en la sociedad, el medio ambiente o las vidas de las personas. Va más allá de los objetivos comerciales y busca contribuir al bienestar general o abordar un problema importante para muchos.
- Es inspirador y desafiante: Un propósito efectivo captura la imaginación y la pasión de las personas dentro de la organización, estableciendo un fin, en muchos casos, aspiracional, que impulse a la organización a superarse y buscar constantemente estadios superiores de desarrollo.
- Es auténtico, reflejando genuinamente lo que la organización aspira a ser y cómo se comporta en la práctica, en una muestra cotidiana de coherencia con los valores y la identidad de la organización.
- Es a largo plazo, yendo más allá de los objetivos a corto y las fluctuaciones del entorno, proporcionando una base sólida y duradera para la toma de decisiones estratégicas, especialmente en tiempos inciertos.
- Es movilizador y unificador, capaz de alinear y coordinar los esfuerzos de las personas de la organización hacia una meta común, creando una sensación de pertenencia y trabajo en equipo.
- Es medible, siendo posible desglosarlo en objetivos y resultados tangibles, lo que permite evaluar el progreso y el impacto que se genera, ajustando las estrategias y acciones en consecuencia.
Sin embargo, tener un propósito (concentrarse en lo que de verdad importa) sin pasión (sensación arrebatadora que se siente al pasar a la acción donde todo fluye) evita conectar las dos cosas que son claves para generar un impacto real.
Me gusta mucho ubicar el propósito en ese mundo de las ideas, en ese universo aspiracional, al que, probablemente, nunca lleguemos, y colocar la pasión en el mundo de la acción, de la puesta en marcha, del camino que ya se ha empezado a recorrer. La transformación no se produce sólo con el propósito, necesitamos pasión para avanzar, paso a paso, en nuestro día a día, en estas pequeñas metas que vamos alcanzando, prestando especial atención a los pequeños detalles, el verdadero secreto de la excelencia, en cualquiera de sus dimensiones.
Avancemos cada día con un propósito significativo en nuestra mente, pero no olvidemos la pasión en todo lo que hacemos porque esa será la verdadera señal de que actuamos bajo principios que van más allá de nosotros mismos.